El Nuevo Día escribe:
Qué irónico que el Prof. Librescu y Juan Ramón y muchos otros murieran en el santuario de lo que debe ser la universidad a donde se viene a construir un mundo mejor.
El Nuevo Día escribe ayer estas palabras y titula: El enemigo que nos abita. The enemy within.
“Al enemigo lo hemos encontrado y habita entre nosotros.”
Diría más: el enemigo somos nosotros. ¿En qué se diferencia la locura? ¿Cuál es la diferencia profunda entre un acto de cobarde rabieta (en familia, en el salón de clase, donde sea que un gesto que no puedo controlar completamente se apodera repentinamente y exploto) y el gesto de este asesino? ¿Sería yo capaz de algo parecido? No. De esto estoy seguro. Pero, hay muchos que viven al borde del ataque de nervios, en frustración enajenada de cualquier realidad y de cualquier empatía con el prójimo. Es hora de preguntarse, más allá de si debe o no debe haber más control de armas, más allá de si debe o no debe continuarse la guerra en y contra Iraq, si esta sociedad norteamericana que tanto tratamos de imitar (todos, acá como en Europa) no esté ya irreversiblemente enferma. La pregunta creo yo, es retórica: esta sociedad sí está enferma, con sus fundamentalismos y las ideologías de la confrontación. En nombre de cualquier cosa: un dios, una religión, una novia. La razón no es más que el factor de explosión. Mas la falta de empatía es lo más preocupante.
Todos los que trabajamos en la Universidad debemos tenerle mucho temor al futuro. La Universidad no es el santuario (de libertad, de expresión, de ideas y de seguridad) que fue un tiempo.
Ante la realidad tan brutal de esta masacre y que no es posible internalizar -no puedo entender ese dolor, ni su causa- sólo podemos meditar en silencio. ¿Por qué debe de haber un enemigo?
Que en paz descansen.
